Hace unos días vi en TV un documental sobre la fotografía más famosa de la historia, la que el fotógrafo cubano Alberto Korda hiciera al comandante Ernesto “Ché” Guevara, “el Guerrillero heroico”. Entre los muchos comentarios que se hacían por parte de los expertos en el tema, amigos y otros entendidos en el arte de la fotografía, el pop, el op-art… , hubo uno que me llamó la atención, hablaba del tratamiento que de esa imagen realizó Korda. La instantánea original tenia un contexto que la situaba en un lugar y en un momento concreto, el ché se asomaba a ver a una multitud conmocionada que a su vez observaba cómo Fidel Castro mostraba los restos de los misiles que el día anterior habían provocado una masacre en La Habana a la llegada de un barco con un arsenal belga enviado a la isla. Korda (que fue fotógrafo publicista y casi de cámara de la burguesa sociedad cubana antes de convertirse en fotógrafo de la revolución) al revelar las fotos esa noche en su estudio, percibió instintivamente un especial potencial en aquella imagen, tuvo la necesidad de limpiarla, extraer de ella todo aquello que la perturbaba y decidió sacarla de contexto, de manera que elimino el perfil de una segunda figura a la izquierda del ché y la silueta de una palmera a la derecha, incluso recortó parte de la figura principal, el resultado fue sorprendente. La figura del Ché aparecía sola, con la única compañía de las sombras de su cabello y su rostro, el viento movía ligeramente su enraizado cabello, aquella instantánea podía haber sido tomada en cualquier lugar, nació en ese momento el icono y la inmensidad simbólica. Desde entonces y hasta hoy, la imagen tomada y después transformada por Korda ha sido versionada por artistas y movimientos del mundo entero, trascendiendo a las tendencias e incluso a los ideales para convertirse en el símbolo de la revolución, entendiendo a esta más allá de los colores como el máximo exponente del amor y la lucha por los demás.
La arquitectura tiene un componente innato a ella que es el de innovar, el de ser inconformista con lo convencional, en cierto sentido es revolucionaria y esto la lleva a producir altas dosis icónicas. Es por esto que determinadas arquitecturas trasciendan al lugar en el que nacen, yo diría más, la verdadera arquitectura, las auténticas obras maestras no sólo no cumplen el pesadísimo Código Técnico de la Edificación sino que además podrían ser trasladadas a cualquier lugar y seguirían teniendo esa emoción y esa sensación a veces indescriptible que las enaltecen. Curiosamente existe una cualidad común a muchas de ellas, van acompañadas generalmente de alteraciones en su entorno más próximo, posiblemente en busca de aislarse, en pos de conseguir de alguna manera la distancia que les permita alzarse como iconos, en defensa de una idea de actuar, de una forma de entender las cosas, de una sensibilidad que debe estar permanentemente en cuestión y que es lo que permite a la arquitectura estar viva. Es cierto que para proyectar un edificio hay que analizar el entorno, estudiar su realidad física y geométrica para inmediatamente comenzar a pensar de que forma aislarse de ella. Recuerdo recientemente cómo “culturetas de provincia” se vanagloriaban del fantástico aspecto que lucían las esculturas de Rodin expuestas en una céntrica calle malagueña… no lo niego, pero ¿es que acaso una escultura de Rodin no es excepcional con independencia del sitio en que se expongan?.
La arquitectura debe resolver temas urbanos, crear nuevas sensaciones de aislamiento en las ciudades, esos silencios tan necesarios en nuestras fugaces vidas de metrópolis. Nada es más aburrido que crear entre medianerías sin poder moverte atrás ni adelante, ni abajo ni arriba, y además ¡¡cuidado!! debes marcar bien las cornisas para igualar tu encorsetada basura a las basuras vecinas, hacer con aluminio torpes réplicas de los cierres de madera del XIX de tus queridos colindantes y por supuesto seguir el ritmo y proporciones de huecos para conseguir que la ciudad sea una grandísima mierda, aunque eso sí, muy uniforme.
Entiendo que hay calles o incluso ciudades merecedoras de duras ordenanzas que hagan perdurar en el tiempo una estructura bella, pero lamentablemente ese no es el común de los casos y la mayoría de nuestras ciudades sufren esta lacra en forma de reglamentos que ahogan la capacidad creativa y la potencialidad espacial y formal de las mismas.
¡Quién pudiera hacer como Korda! y aislar su obra, esculpirla lejos de las zarpas de aquellos que probablemente nunca la entenderán.