Al alba, uno de esos días en que abres los ojos y no los cierras hasta estar seguro de no caer en la pereza, saltas de la cama, minimizas lo cotidiano...
En lo que tarda el sol en desvanecer el frescor de la mañana, llegué ante ella, bajo ella, junto a ella. Distancias, bocanadas de detalles..., me dejé caer sobre su jardín de piedra ondulada, no quería precipitar sensaciones, anduve sus lúdicos espacios urbanos bajo la compresión del volumen, blanco, blanco tras blanco...
La casa era imponente, la escala de su forma abrumadora. Como lengua, salía de ella una escalinata metálica que conducía al interior, el caudal de gente era ligero pero incesante, pausado pero ágil, incorporando la dimensión del tiempo a la deformidad cartesiana.
Interior, peldaños de acero reflejos del día. Miré hacia arriba, el desconcierto ralentiza mis pasos, acelera mi cerebro. Sugerentes vacíos cruzados, letras invertidas, pasamanos de vidrio cayendo en cascadas desde la altura. Pronto llegué a la cima del vestíbulo y pude mirar hacia abajo... escala ceñida al perímetro como corsé a cintura, profunda fuente de luz, recuerdos del blanco.
El deambular sala a sala, puerta a puerta, color a color… movido por la intriga del todo. Puertas de vidrio, metálicas, forradas de telas, acolchadas, esculpidas, blancas, mates, brillos, grandes, anchas, estrechas, bajas, altas,…, siempre abiertas…
De entre las salas, la pequeña. Paneles forrados de un morado perceptible en los extremos. Cielo acolchado de tacto íntimo. Desde su fetal fondo, la música deformada por transparentes curvas. El silencio, la oscuridad, baño de color total.
Circulaciones anchas, estrechas, vivideras, de continuo mirar a fuera y dentro. Espacios híbridos, urbanos, recogidos… Miradas de velo distorsionado, naranjas sonidos retorcidos.
Espacios “sobrantes”, clave de vitales experiencias de compresión y descompresión destructora de tradiciones espesas, deambular entre bambalinas desnudas, entre el rumor de la música.